Técnicamente posible: éticamente inaceptable

“La ética es saber la diferencia entre lo que tienes derecho de hacer y lo que es correcto hacer.”

―Potter Stewart

La inteligencia artificial está logrando mucho de lo que considerábamos imposible para los humanos inteligentes, pero, limitados por la imperfección que rodea a la inteligencia general que todos tenemos, esa que nos permite saltar de un conocimiento a otro, almacenarlos sin tener conciencia de ellos y usarlos en el momento que sea necesario.

Se dice que el cerebro es una máquina diseñada a perfección que no utilizamos en su totalidad porque somos imperfectos y tenemos fecha de expiración.

Contrario a ello, los cerebros inteligentes artificiales (las máquinas), nacen de un origen imperfecto (humanos) y se deben a los valores éticos e intenciones de sus creadores, patrocinadores o intereses de los poderes políticos y económicos, su vida y desarrollo está condicionado por esta realidad.

Cuando observamos con detenimiento lo que pasa con las tecnologías, los adelantos médicos y militares evidentemente, encontramos un componente ético de gran riesgo: “dependen de los valores morales y éticos de las personas que tienen el conocimiento y el poder.”

Lo que tiene derecho a hacer la tecnología

Con la revisión de millones de datos en cortos períodos de tiempo y el aprendizaje de patrones la inteligencia artificial es capaz de detectar, predecir y dar con esas respuestas que durante años han buscado los científicos, a quienes su propia naturaleza les ha negado los éxitos abrumadores que ostentan los agentes artificiales.

Especializándose en campos que toman mucho tiempo de la labor de un empleado, observando detalles y patrones que el ojo humano es incapaz de discriminar, detectando y comparando en segundos rostros de bases de datos impresionantes, ganando juegos de estrategia, aprendiendo a copiar y mejorar, concluyendo sinfonías de los grandes genios de la humanidad, la inteligencia artificial no deja de sorprendernos.

¿Se estará abriendo la caja de Pandora de la tecnología?

Según expertos en interpretación de las civilizaciones antiguas «abrir una caja de Pandora» significa llevar a cabo una acción en apariencia pequeña o inofensiva, pero que puede traer consecuencias catastróficas.

Más allá de los malos augurios y predicciones apocalípticas, nos referimos a un cambio que afecta las bases de la sociedad que conocemos, tal como la conocemos. Personas acostumbradas a un modelo económico y social que ahora tienen acceso a tecnologías para las cuales no se han preparado y desconocen, sus repercusiones e impactos.

Un cambio constante y acelerado no es fácil de asimilar para las masas, porque no cuentan con las herramientas para afrontarlos (conocimiento, preparación) ¿Estará la inteligencia artificial propiciando una nueva brecha entre clases? ¿Surgirán los que la conocen y pueden hacerse de sus servicios y los que solo les resta esperar y aceptar lo que están proponiendo con sus datos?

“Todo está perdido cuando los malos sirven de ejemplo y los buenos de mofa.” ―  Demócrates

Éticamente cuestionable

Sabiéndolo o no, gran parte de lo que hacemos y de lo que expresamos está influenciado, condicionado por los principios y valores que nos inculcaron, así como por aquellos que hemos ido haciendo parte de nuestras vidas.

No es tan sencillo como decidir lo que está bien y lo que está mal, va mucho más lejos, es comprender que al vivir en una sociedad camino a la alta tecnificación, donde el acceso a tecnología ha disparado las manifestaciones de antivalores (con la venia de multitudes), haciendo de las redes sociales uno de sus canales preferidos, estamos ante una explosión contenida de “expresiones humanas” con poder tecnológico, responsabilidad grandísima.

“La conciencia es la luz de la inteligencia para distinguir el bien del mal” ―Confucio Clic para tuitear

Lo cierto es que, no todo lo que es técnicamente posible es éticamente aceptable. Permitiendo que la IA tenga acceso a nuestras conductas en el seno del hogar es, con o sin el permiso del usuario, invasión de la privacidad, que le permite a los asistentes virtuales aprender para complacernos a futuro, a las cámaras de vigilancia protegernos e identificarnos, acumulando nuestros datos.  Este gran poder en manos correctas y con la normativa adecuada es fenomenal, este gran poder de datos es una vulnerabilidad de todos cuando no hay ética ni valores que controlen las decisiones y usos que se les da.

Inteligencia artificial que respete la dignidad de la persona humana

Respetar la dignidad de los humanos es la única guía básica de conducta que prive cuando trabajamos con tecnologías tan sensitivas.

La bioética es crucial sobre todo ahora que tenemos máquinas capaces de detectar nuestras enfermedades, nuestras reacciones emocionales, nuestra manera de actuar. Sin quererlo, estamos a merced de algoritmos que nos conocen mejor de lo que creemos. Y que utilizan ese conocimiento para ofrecernos productos y servicios, sugerirnos conductas, para elegirnos para llenar una vacante, para aprobarnos un préstamo e inclusive para convencernos porque candidato votar.

Al servicio de las personas, contribuyendo a mejorar la vida en sociedad es el fin último de la tecnología. Algo que debemos recordar al evaluar las consecuencias, afectaciones y usos que le puedan dar a la inteligencia artificial los que hoy se encuentran en una carrera de investigación mundial.  

Ser precavidos, nunca está demás porque la tecnología habilita posibilidades más allá de lo que sabemos. Con ética se toma consciencia de la magnitud e impacto que tendrá en la vida de muchos, sobre todo de los menos privilegiados por temas de acceso a la información.

Si la tecnología pudiese hablarnos nos diría sin ambages que ella depende de la guía en valores de los humanos que la diseñaron y que la utilizan con sus propósitos previamente establecidos.

Desarrollando y fortaleciendo su conducta ética, así como la de sus equipos de trabajo, es más sencillo afrontar la vorágine de cambios que trae consigo la transformación digital que está dándose en el ecosistema económico mundial.

Imagen: Pixabay

Escrito por: Msc. Irasema Rivas-González

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